viernes, 22 de enero de 2016

Resacón en... (introducir lugar de residencia)

Todos hemos sufrido alguna, todos hemos convivido con ella. A todos se nos han hecho las horas eternas, a todos hemos pronunciado ese famoso "me quiero morir". Pero el término "resaca" no sólo se puede atribuir al alcohol.

Foto: El Bolardo
Según Wikipedia, "la resaca es un cuadro de malestar general que se padece tras un consumo excesivo de bebidas alcohólicas, aunque no las suficientes como para llegar al coma profundo y a la subsiguiente muerte por depresión respiratoria. El término médico es veisalgia"

Se puede relacionar con miles de cosas, pero no he conocido una sensación de resaca extrema tan grande como la que te provoca el fracaso. Ese dolor de cabeza que te perfora el cráneo, esa sensación de sequedad en la boca que no se alivia con nada, ese cuerpo que pesa cada vez más, esa confusión que te rodea, ese no saber en qué momento tu plan se te ha ido de las manos.

Resaca de ilusiones, resaca de proyectos, resaca de sentimientos. Todas tienen los mismos síntomas, todas te hacen pensar que estás hecho un trapo y que cualquier soplido te tumbaría.
Pero lo que no sabe la resaca es que gobierna mientras tú la dejes gobernar. Lo que no sabe es que todos tenemos fuerzas para levantarnos, para beber cantidades ingentes de agua, para darnos una ducha fría. Solo tenemos que encontrarlas y estar dispuestos a utilizarlas, a dejar atrás ese malestar, a poder disfrutar del resto de día que queda.

¿Y por qué? Porque nos merecemos disfrutar de los recuerdos de lo que vivimos, extraer lo positivo, aprender de lo negativo, sonreír cuando pase un tiempo y pensar..."qué gilipollas era que me quería morir". Y así resaca tras resaca. De lo que sea. Por lo que sea. Por quien sea. Porque todos somos capaces de levantarnos y encontrar ese bendito ibuprofeno, ya que todavía, y hasta que se demuestre lo contrario, no hay ninguno que no cure una resaca.

La vida...


La vida es una pelea constante, la persecución de ese tú que aspiras a ser, la pelea por aquello que quieres y el disfrute de lo que consigues. Los palos que recibes, los sueños que se escapan, las oportunidades que pasan ante ti fugazmente. Las risas, los llantos, los amigos, los enemigos, los logros, los fracasos, los días de sol, los días de lluvia, las victorias, las derrotas, los amores, los desengaños, los tragos dulces, los tragos amargos, las ilusiones, las decepciones, lo que puedes dar, lo que no das.

Y la vida sigue. Y el tiempo pasa. Y las experiencias se suceden. Y las personas cambian. Y te caes. Y te levantas. Y te vuelves a caer. Y te vuelves a levantar. Y te limpias el polvo de tus pantalones y sigues caminando.

La vida es eso que pasa entre el momento en el que piensas algo y el que desistes por no haberlo conseguido, entre esa fantasía y esa realidad, entre esa fuerza que te empuja y esa debilidad que te invade. Pero en ese espacio de tiempo en el que la vida transcurre como si nada tienen cabida las ilusiones, las alegrías, los saltos, la felicidad, el esfuerzo, la recompensa, el sentirse orgulloso de uno mismo, el vencer al miedo, la autosuperación, el superar los problemas, el meterse en la cama sonriendo, el sentirse a gusto con uno mismo, el disfrutar de los placeres de la vida, el bienestar y todas esas cosas que no valoramos lo suficiente cuando las cosas van bien pero que añoramos cuando van mal.

La vida es disfrutar de lo bueno y combatir lo malo, saber ganar y saber perder, sufrir hasta el final, mirar atrás y sonreír, mirar adelante y soñar sin dejar de pelear en el presente. No siempre tenemos lo que queremos cuando lo queremos, pero si dejamos de luchar posiblemente no lo tengamos nunca, y la vida es eso, una lucha diaria.

Diario de un viaje (II)

Me dirigí a la puerta de embarque que me llevaría directo a mi avión, pero me resultó extraño que fuese el único pasajero allí presente. La ausencia de empleados del aeropuerto contrastaba con las puertas colindantes, repletas de trabajadores que intentaban conducir a las masas hacia sus respectivos vuelos.
Saqué mi billete y comprobé si la puerta en la que me encontraba era la correcta. Lo era. Creo que si digo que aquellos fueron los cinco minutos más largos de mi vida no diría ninguna tontería.

Me senté en una butaca y miré al suelo, pensando que había vuelto a fracasar en mi lucha por tomar tan ansiado vuelo. Fue entonces cuando, entre mal trago y mal trago, escuché una voz por detrás que preguntaba por mí. "Sí, soy yo". "Acompáñeme, por favor".

Era una señorita de unos veintitantos, morena, de buen ver y con una sonrisa impecable. Vestía uno de esos trajes rojos con sombrero de azafata que sólo se ven en las películas. Si me hiciesen recorrer aquel camino a mí solo de nuevo, no sería capaz de encontrarlo.

Tras mucho caminar, atravesamos una puerta y descendimos unas escaleras tan oscuras como misteriosas para llegar a una sala que nunca imaginé en un aeropuerto. No tenía ventanas pero estaba perfectamente iluminada por los numerosos fluorescentes que había en el techo. Estaba compuesta por miles de cajas de cartón que se desplazaban unas tras otras sobre un circuito de cintas transportadoras que acababan en un almacén al fondo de la sala.

"Estoy segura de que usted no sabe donde se encuentra. Los aeropuertos, lejos de ser un lugar de tráfico de aviones, son terminales de compra-venta de emociones y sentimientos, pero sobretodo, de sueños. Nadie coge un avión con indiferencia. Todos los que subimos a uno lo hacemos con un sueño pensado. Unos piensan en triunfar en los negocios, otros en ganar un partido de fútbol, otros con encontrarse de nuevo con sus familiares...A todos nos mueve un por qué para coger un avión. Unos lo consiguen y otros no, pero ninguno queda en el camino. No hay sueños perdidos en las terminales. Nosotros los recogemos y los almacenamos aquí para que las personas que no tienen claro lo que esperan de sus viajes puedan realizarlos con la mayor de las esperanzas".

Un gesto con la mano procedente de la azafata me invitó a acercarme al circuito y ver las cajas de cerca. Felicidad, dinero, negocios, amor, exilio, fama...cada caja tenía un rótulo. Cogí varias de ellas y me dirigí a la azafata con un "Creo que ya es suficiente". Entonces, con la mejor de sus sonrisas, la azafata dijo: "Muy bien. Ya está usted preparado para embarcar".

Foto: Hazmelamaleta

Diario de un viaje (I)

Era una mañana fría, de esas que te quitan las ganas de realizar todo aquello que habías planeado con la mejor de tus intenciones. Las temperaturas eran bajas y el cielo amenazaba lluvias que esperaba que no se cumplieran. Caminé hasta el punto de reunión de taxis más cercano y cogí el primero que vi. "Al aeropuerto", dije.

Salía con el tiempo suficiente para llegar y coger mi vuelo, pero el atasco que invadía más de media ciudad complicaba ligeramente las cosas. Mientras los coches se enzarzaban a golpe de claxon, se escuchaba algún "¡muévete, bastardo!", pero en esos momentos lo único que se movía eran las agujas del reloj. Tras más de tres cuartos de hora de retención, la marabunta de coches comenzó a moverse y no tardamos más de lo normal en vislumbrar desde el taxi la monstruosa montaña de cemento que recibía y despedía aviones. Unos billetes, un "muchas gracias" y mucho que hacer en muy poco tiempo. Quizás demasiado que hacer. Quizás muy poco tiempo.

Busqué en las pantallas el lugar que me recibiría y a su lado aparecía un intermitente letrero que contenía la palabra "DELAYED". "Bueno, así tengo más tiempo", pensé. Caminé hasta la ventanilla de información y solicité mi billete. Ante la atenta mirada de la azafata, que se empeñaba en comprobar una y otra vez si mis datos coincidían con la reserva del billete, obtuve mi pasaje y fui a facturar mis maletas. De las dos máquinas embaladoras, solo funcionaba una y la cola para acceder a ella era monumental. Allí fue donde le conocí. No me dijo su nombre, no me dijo donde iba. Era un señor mayor, escaso de pelo, con barba blanca, delgaducho y sonriente. Estaba acompañado de su nieto, un joven rubio con cara de pillo, ojos marrones y la cara sacudida de pecas. Fue corriendo al baño y nos dejo solos a su abuelo y a mí.

"Estas cosas suelen pasar en estos sitios, hijo", dijo para abrir la conversación. Recuerdo que estuvimos hablando un buen rato sobre la planificación del aeropuerto y el servicio que prestaba a los ciudadanos hasta que me preguntó donde viajaba. Me dio mucha vergüenza decírselo, pero al fin y al cabo, no era nada malo. "Pero el vuelo viene con retraso, ¿verdad? No te preocupes porque lo importante no es el tiempo que tardes en llegar, sino hacerlo. Las prisas no son buenas consejeras".

Por fin llegó mi turno y coincidió con el regreso del joven pecoso. Embalé mis pertenencias y, antes de marcharme, le estreché la mano a aquel señor. "Espero que tenga un buen viaje", le dije.
Al alejarme, escuche al nieto, hasta entonces inédito, preguntarle: "Abuelo, ¿a dónde viaja ese señor?" "Hacia la felicidad, hijo, hacia la felicidad".

Foto: Viajerosblog

Arquitecto de ilusión

Ilusiones alicatadas.
Planes cimentados a base de constancia.
Sonrisas fabricadas a bajo consumo.
Cadenas productivas de felicidad. Muros de carga de amor propio.
Carreteras asfaltadas con experiencias vividas.
Rascacielos de recuerdos.
Cementerios de odio.
Andamios para futuras alegrías.
Terrazas con vistas a objetivos por los que pelear.
Trasteros para almacenar silencios incómodos.
Portales donde resguadarse de los palos de la vida.
Contenedores para deshechar decepciones.
Cuadros en los que pintar emociones.
Estanterías donde clasificar victorias.
Armarios para guardar amores.
Patios donde sentir la libertad.
Buzones destinados a recibir respeto.
Despensas destinadas al almacenamiento de salud.
Comedores donde disfrutar de la amistad.
Marcos en los que sentir la eternidad.
Paredes pintadas a brochazos de confianza.
Espejos en los que ver tu autosatisfacción.
Enchufes donde cargar tu seguridad.
Mueblebares para guardar compromisos.
Escaleras directas a la suerte.
Tendederos para colgar tus sueños.

Foto: Puzzles de Ingenio

¿Quién dijo miedo?

Crecer sin miedo debería ser el undécimo principio de la Declaración de los Derechos del Niño. Es algo que te ayuda a formarte como persona tanto como tener la oportunidad de asistir a la escuela o la mismísima igualdad de oportunidades.

Reconozco que durante varios años de mi infancia conviví cara a cara con el miedo, pero siempre me tocaba apartar la mirada a mí. Primero fue dormir con la puerta cerrada, después bajar al trastero cuando era de noche o que nuestro coche, un maltrecho Ford Fiesta, se detuviera en un callejón oscuro y que una banda de encapuchados nos asaltaran a punta de metralleta.

Todos tenemos miedos en esta vida. Si no los tuviéramos no seríamos humanos. Unos tienen miedo hablar en público, otros a pasear de noche y otros a cruzar la calle sin haber mirado diecisiete veces por carril. Al final, la cuestión se reduce a creer en uno mismo, en sus posibilidades y en caminar de frente sabiendo que esos miedos no son lo suficientemente poderosos como para inmiscuirse en tu camino.

Porque el cementerio está lleno de valientes.

Foto: Valencia Plaza