Foto: El Bolardo |
Se puede relacionar con miles de cosas, pero no he conocido una sensación de resaca extrema tan grande como la que te provoca el fracaso. Ese dolor de cabeza que te perfora el cráneo, esa sensación de sequedad en la boca que no se alivia con nada, ese cuerpo que pesa cada vez más, esa confusión que te rodea, ese no saber en qué momento tu plan se te ha ido de las manos.
Resaca de ilusiones, resaca de proyectos, resaca de sentimientos. Todas tienen los mismos síntomas, todas te hacen pensar que estás hecho un trapo y que cualquier soplido te tumbaría.
Pero lo que no sabe la resaca es que gobierna mientras tú la dejes gobernar. Lo que no sabe es que todos tenemos fuerzas para levantarnos, para beber cantidades ingentes de agua, para darnos una ducha fría. Solo tenemos que encontrarlas y estar dispuestos a utilizarlas, a dejar atrás ese malestar, a poder disfrutar del resto de día que queda.
¿Y por qué? Porque nos merecemos disfrutar de los recuerdos de lo que vivimos, extraer lo positivo, aprender de lo negativo, sonreír cuando pase un tiempo y pensar..."qué gilipollas era que me quería morir". Y así resaca tras resaca. De lo que sea. Por lo que sea. Por quien sea. Porque todos somos capaces de levantarnos y encontrar ese bendito ibuprofeno, ya que todavía, y hasta que se demuestre lo contrario, no hay ninguno que no cure una resaca.